Se denomina empleo a la generación de valor a partir de la actividad producida por una persona. Es decir, el empleado contribuye con su trabajo y conocimientos en favor del empleador, a cambio de una compensación económica conocida como salario.
La relación de las sociedades con respecto al empleo es uno de los índices principales que mide su desarrollo. Así, los países más desarrollados tienden al pleno empleo o, lo que es lo mismo, a que la oferta y la demanda laboral lleguen al punto de equilibrio.
Sin embargo, en naciones no tan desarrolladas abunda el desempleo, donde los trabajadores no consiguen un puesto laboral, y el subempleo. Esto último significa que las personas capacitadas deben realizar trabajos de menor cualificación, o trabajar menos horas que las que necesitan o desean.
Cabe explicar además que existe el empleo en negro, donde los trabajadores no gozan de los beneficios de las leyes laborales, como vacaciones, pagas extras o indemnizaciones.
Por otro lado, no todos los que emplean su fuerza de trabajo lo hacen para otras personas. Así, hay individuos que trabajan en su propio negocio, que son los autónomos, quienes ejercen su actividad con cierto riesgo ya que la empresa puede rendir tanto beneficios como pérdidas.
Historia del empleo
La concepción vigente del término “empleo” se relaciona con la llegada del siglo XIX, cuando se erradicaron tanto la esclavitud, propia de los albores de la Humanidad, como la servidumbre, típica de la Edad Media. Esto, gracias al reconocimiento de la libertad y el respeto a la integridad física y moral del hombre.
Fue en este periodo cuando la Revolución Industrial derivó en muchas de las protecciones que salvaguardan al trabajador de nuestros días. El reemplazo de la mano de obra por maquinaria tuvo en un primer momento perniciosas consecuencias en la sociedad, en tanto y cuanto llevó a la miseria a gran número de empleados.
No obstante, esta posición desvalida del trabajador llevó al establecimiento de sindicatos que velaban por defender sus intereses.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar el nacimiento del Estado de Bienestar -basado en las teorías del economista John Maynard Keynes-, donde los trabajadores, perfectamente organizados ya en sindicatos, lograron que fuesen reconocidos lo que hoy en día conocemos como “derechos laborales”.
Desde ese momento, los empleados comenzaron a gozar de vacaciones, pagas, días de descanso semanales de acuerdo con lo trabajado y jornadas de no más de ocho horas, al tiempo que se incrementaron visiblemente los salarios de la época.
Poco después, en 1948, las Naciones Unidas (ONU) proclamaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, documento en el que el empleo ya se concibe como una actividad que ejerce un individuo, mediante su libre elección.
En la actualidad, el empleo es una circunstancia difícil de garantizar para toda la oferta laboral, lo que hace que los estados intenten reducir el número de desempleados al mínimo y, en definitiva, paliar las consecuencias negativas que derivan de la situación.
El empleo en el siglo XXI
Según el Banco Mundial, la población activa total comprende a personas de 15 años o más que satisfacen la definición de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Así, para la OIT, la población económicamente activa agrupa a todas las personas que aportan trabajo para la producción de bienes y servicios durante un período específico. Incluye tanto a las personas con empleo como a las personas desempleadas.
Si bien las prácticas nacionales varían, en general, la población activa incluye a las fuerzas armadas, a los desempleados y a los que buscan su primer trabajo. Sin embargo, se excluye a quienes se dedican al cuidado del hogar y a otros empleados no remunerados.
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